11 de agosto de 2010

EL SUDOKU DE LA VIDA



El Sudoku ha tenido un éxito sorprendente. Parece fácil tener que rellenar 9 grupos de 9 casillas cada uno con los números del 1 al 9, sin que se repita ningún número ni en las filas ni en las columnas. Pero luego, a la hora de solucionar los distintos problemas, se descubren dificultades no esperadas, y más de una vez hay que tachar una solución para volver a empezar casi desde el cero.
La vida se parece, en parte, al Sudoku. Nacemos con algunas casillas ya rellenadas: unos padres, unos hermanos, una ciudad, un año, un idioma, una cultura. Conforme nos hacemos mayores, disfrutamos de un mayor el ámbito de libertad, y nos toca escoger qué ponemos en cada casilla.
Las reglas de la vida, sin embargo, son mucho más férreas que la del Sudoku. Si en el juego podemos borrar un número equivocado, en la vida no es posible modificar el pasado: lo que decidí hoy queda fijo, marca, a veces de modo dramático, buena parte de lo que será el futuro.
Por eso hay momentos en los que sentimos angustia a la hora de poner una “opción” en la siguiente “casilla”. ¿Escoger estos estudios u otros? ¿Ir a esta fiesta o quedarme a estudiar? ¿Seguir con esta amistad o dejarla por un tiempo para sentirme más libre y menos presionado? ¿Aceptar este trabajo que me implica un traslado de ciudad o seguir con lo que por ahora parece seguro aunque tenga un sueldo más bajo?
Las casillas se van llenando. No son 81, sino miles. No son un juego: configuran mi personalidad, influyen en otras vidas, quizá incluso deciden parte de la historia del planeta.

Hoy tomo nuevas decisiones. Miro el “tablero” con inquietud. ¿Qué escojo ahora? ¿Cómo reparar los errores del ayer? El tesoro de la libertad sigue en pie, a pesar de mis fallos. Puedo iniciar un nuevo camino, puedo cambiar de táctica (aunque lo pasado quede fijo, inmodificable). Pero, sobre todo, puedo rezarle a Dios, pedirle luz y consejo. Pedirle, sobre todo, que me enseñe a aceptar Su Voluntad y a acoger su perdón, para vivir los días o los meses que me quedan en esta tierra según la ley del “juego” más importante: amar como Dios nos ama.

Autor:
Padre Fernando Pascual, L.C

30 de julio de 2010

SE HA INVENTADO UNA MAQUINA PARA LOS SUEÑOS


¿Máquinas para soñar?
Una máquina para que cada quien se programe sus sueños


Nos llega una novedad de Japón. La tierra del sol levante nos quiere sorprender con una máquina de sueños. ¡Increíble! Pero, ¿no tenemos ya demasiados artefactos? Dando una vuelta sobre la punta de los pies, cada quien podría contar una cohorte de máquinas para el uso doméstico. Máquinas para afeitarse, para prepararse un café, para cortar el césped, para escuchar música, para lavar la ropa, para pelar y freír patatas..... máquinas y máquinas, que en las películas actuales de ciencia ficción llegan incluso a retar al hombre su puesto en la tierra.

Pero esto de inventar una máquina para que cada quien se programe sus sueños, parece realmente un sueño. Por lo visto el manual de la fabriquita de sueños sería simple: si quieres soñar que estás disfrutando de unas vacaciones en la playa, bastaría que programes escuchar el rumor del oleaje marino; si quieres soñar con un jardín florido, bastaría que aprietes un botón para que la máquina emane perfume de rosas. No parece complicado en teoría. Maliciosamente, sin embargo, podríamos suponer que habrá un margen de error, como en todas las cosas, y que pueda suceder, por ejemplo, que el rumor del oleaje marino en vez de hacernos soñar con las vacaciones en la playa nos provoque la soberana pesadilla de vernos entre las mandíbulas de un tiburón...

Dejemos a los japoneses que sigan inventando máquinas. Son especialistas; una verdadera proeza del ingenio que Dios ha concedido al hombre. Varias de su invenciones son muy útiles; otras son cómplices de nuestra pereza y superficialidad de espíritu.

Concedamos que los nipones puedan prepararnos un delicioso sueño artificial, como si se tratara de un café. Pero, quizás esos sueños digitalizados, programados, robotizados, fotocopiados, y todo lo modernizados que se quiera, terminarán por ser meras ilusiones cuando el amanecer corra el velo de la noche. Somnoliento y perezoso, el hombre caerá de un espejismo idílico. “Los sueños, sueños son” -decía Calderón de la Barca-.

¿Qué deseas soñar? Nada imposible. Simplemente que al día siguiente el mundo sea mejor, que las guerras dejen paso al paz y a la concordia entre los pueblos, que mis alegrías sean mayores, que mis seres queridos gocen de salud y de mi amor, que pueda continuar mi vida con sus dificultades y alegrías, que dé un paso adelante hacia el cielo prometido por mi fe en Dios, que tenga la satisfacción de hacer algo positivo por los demás, que llegue a la noche siguiente con el sudor en la frente y la paz de mis deberes cumplidos. Esos son sueños bellos porque son un puente entre dos días de vida trabajada. Son sueños vivos que esmaltan los proyectos personales.

No queramos soñar lo que no alcanzamos por falta de esfuerzo. Los sueños no deben ser un refugio de los fracasos personales, ni una sacudida inmadura de las propias limitaciones. Si fuera así serían como un dañoso narcótico del alma. Dejemos que los sueños corran libres por las estepas de la noche. Ellos nos levantarán en vuelo entre golondrinas de nácar o nos sumergirán en un océano de plata. Los sueños son dedos que tejen caprichosamente retazos de nuestras horas despiertas de alegrías y tristezas, de nuestras secretas intenciones y de los momentos inolvidables en el trato con los demás. Dejemos que sean libres como libre es nuestro corazón para nacer cada día al amor, como libre es nuestra alma para rezar cada mañana una oración de confianza en Dios, como libre es el hombre para soñar sin necesitar programarse.

¿Desanimamos a los ingenieros japoneses? Esperamos que no. Simplemente les recordamos que para que la maquinita de sueños dé en el clavo tendrá que acompañar a su dueño durante todas las vivencias de cada día, tendrá que reír y llorar con él, tendrá que amar, sufrir, sentir la caricia del viento otoñal y tiritar entre los hielos del invierno, emocionarse ante los ojos limpios de un niño y comprender que el alma del hombre escapa a los sentidos del cuerpo. Si lo consigue, quizás pueda preparar un “sueño” que no sea desechable a la mañana siguiente
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19 de julio de 2010

EL CINE Y LA FE



Mucho se ha dicho sobre la televisión y el cine y sobre todo acerca de la influencia sobre los niños y jóvenes, ademas que es la causante de la desunión de muchas familias.
Puede ser que lo dicho anterior tenga algo de verdad, pero desde un punto de vista irregular, pero más allá de eso debemos rescatar lo bueno de cada cosa, por que el pecado se expande pero no cubre y el cine es uno de esos casos.
El séptimo arte se ha inundado de cine comercial donde la acción y las relaciones superficiales son loa gallinita de huevos de oro, pero existe títulos que buscan dejar un mensaje en el espectador, al mismo tiempo que entretienen, por que hay que dejar algo claro, el cine nació para entretener.
Por lo tanto descubrir en diferentes títulos un mensaje que busca profundizar en los sentimientos humanos y algo más importante despertar en cada uno de nosotros algo llamado valores, si suena curioso, pero el cine se esta inclinando a buscar aquello que nos conmueve y nos motiva a ser mejores personas, por que la amistad, la responsabilidad, la honestidad y la perseverancia son valores que ahora son prioritarios a la hora de construir personajes y la forma para convivir con ellas en un mundo más complejo y en algunos momentos lleno de vacíos que viajan a mil por hora.
Descubre que nuestro alrededor Dios nos habla, Dios nos escucha, y al igual cuando vas al cine y permaneces en silencio para que una gran luz llamada pantalla llene de buenos mensajes tu mente, así es Dios, busca la mejor practica de la filosofía, aprende a mezclarte con la quietud de tu entorno y camuflarse con el silencio y pasividad de un lugar tranquilo, para que escuches aquel mensaje que dará el mejor entretenimiento a la vida llamado fe.

Autor: Carpe Diem

15 de julio de 2010

COMO UN POCOYO

Derechos reservados


Que no me invada las ganas de ser más que nadie,
si siendo menos puedo amar mejor.
Que no intente por todos los medios hacer ruido,
si en silencio puedo comunicar más.
Que mi objetivo no sea que se me vea en los medios,
si siendo transparente muestro mejor quién soy.
que no desee mucho si puedo vvir con poco.

Que no sueñe con cosas lejanas,
si cerca se me necesita más.
Y que mi yo no ocupe mucho espacio,
si puedo reducirme al tamaño de un POCO-YO

Abel Dominguez

30 de junio de 2010

ver para sentir


a veces hablar no dice mucho, pero ver ayuda a creer que el mundo esta llena de cosas maravillosas y que Dios tan solo ha querido darnos el mejor regalo, nuestra tierra, nuestra vida, sácale provecho a tu regalo...














24 de junio de 2010


Estrés: un mal de nuestros días
El estrés se ha convertido en una palabra cotidiana de nuestros tiempos y es considerado uno de los grandes males que nos tocan padecer, sin distinción de edad, género o clase social
Estrés: un mal de nuestros días
-¿Quién sabe algo de Juan?
-Fue al médico. Parece que lo de la presión es por el estrés.


-¡Qué cara tenés!
-Es que ando estresado.
Comentarios como éstos y muchos más son usados, hoy, corrientemente para explicar un estado sin que la mayoría de las personas tenga claro en qué consiste.

El estrés se ha convertido en una palabra cotidiana de nuestros tiempos y es considerado uno de los grandes males que nos tocan padecer, sin distinción de edad, género o clase social. Las personas que manejan un alto grado de responsabilidad suelen ser las más afectadas por este trastorno que se está transformando, cada vez más, en una especie de enfermedad alarmante.

¿Sabemos de qué hablamos cuando hablamos de estrés?

El empleo de este término se ha popularizado sin que la mayoría de las personas sepa realmente qué significa. Etimológicamente, proviene del participio latino (strictus) del verbo stringere que significa provocar «tensión».

El ritmo acelerado de vida, así como el desarrollo tecnológico y la prisa con que debemos iniciar y vivir cada día ha creado una tensión permanente en nuestro diario vivir que nos lleva a estar angustiados, ansiosos, apurados y perder vitalidad. Esto hace que nuestro organismo emita una respuesta a semejante cantidad de estímulos o, dicho de otra manera, el estrés es la respuesta «adaptativa» del organismo ante los diversos «estresores». Esta adaptación a las condiciones de cambio se denomina «síndrome general de adaptación ». La utilización actual del término tiene su antecedente fundamental en la teoría de la adaptación: «Síndrome General de Adaptación » (G.A.S), del húngaro y endocrinólogo de la Universidad de Montreal, Hans Selye, a quien, posteriormente, se ha llamado «padre del estrés».

El estrés es algo habitual en nuestras vidas, no puede evitarse, ya que cualquier cambio al que debamos adaptarnos representa estrés. Es la reacción de nuestro organismo frente a la presión constante, y, cuando los mecanismos de recuperación fallan, se produce las enfermedades de adaptación. La disconformidad crónica, el apuro, la urgencia, los estados ansiosos, los sentimientos de impotencia, el alerta constante, el miedo irracional, las preocupaciones económicas, laborales o escolares y otras generan, consecuentemente, ansiedad, angustia y tensión. Nuestro cuerpo responde con cansancio, problemas digestivos, dolores de cabeza, pérdida del apetito se nos olvidan las cosas, cambia nuestro estado de ánimo, tenemos problemas para dormir o descansar, dolores musculares, irritabilidad o aislamiento, aumentan las frecuencias respiratorias y cardíacas, entre otras. Cuando estos síntomas perduran y se instalan en el tiempo, el estrés se constituye en un proceso relativamente independiente del síndrome general de adaptación, en una "enfermedad" en sí misma. Cualquier suceso que genere una respuesta emocional puede causar estrés. Las experiencias estresantes provienen de tres fuentes básicas: nuestro entorno (referente a las condiciones ambientales, como el ruido, las aglomeraciones, etc.), nuestro cuerpo y nuestros pensamientos. Esto incluye tanto las situaciones positivas (el nacimiento de un hijo, matrimonio), como las negativas (pérdida del empleo, muerte de un familiar).

Las situaciones que provocan estrés en una persona pueden resultar insignificantes para otra.

Si logramos percibir estos síntomas como alertas y no como parte normal de nuestra vida, si aprendemos a escucharlos como mensajes que nos dicen que estamos a punto de perder el equilibrio que debe haber entre las presiones diarias y nuestra capacidad de respuesta a ellas, es el momento justo de otorgarnos un respiro y tomarnos un tiempo para nosotros mismos.

Pero ¿cómo darnos ese respiro con todas las exigencias que nos abruman? Lo primero que deberíamos hacer es discernir entre lo que tiene una importancia vital y lo que no. Muchas de ellas son autoexigencias que nuestro "deber ser" nos impone. Las situaciones que no podemos controlar son, a menudo, las más frustrantes. Uno puede sentirse mal simplemente por ejercer presión sobre uno mismo: sacar buenas notas, tener aspiraciones en un trabajo, la autocrítica desmedida es una de las causas principales.

El estrés no siempre es malo. De hecho, un poco de estrés es bueno. Por ejemplo, la presión de la competición (competencia en el sentido de mejorar) permite el logro de los objetivos. Sin el estrés de alcanzar la meta, la mayoría de nosotros no sería capaz de terminar un proyecto o de llegar a trabajar con puntualidad.

¿Qué hacer, entonces, frente al estrés?

No preocuparnos de las cosas que no podemos controlar. (No sólo en los días soleados suceden cosas buenas.)

Hacer algo con las cosas que sí podemos controlar. (Aprendamos a poner límites a aquellos que nos exigen dar o hacer más de lo que podemos dar o hacer.)

Prepararnos, lo mejor posible, para sucesos que sabemos que pueden ocasionarnos estrés. (Al fin de cuentas, esas circunstancias también pasaran, y vendrán otras mejores.)

Esforzarnos por resolver los conflictos con otras personas. (Un buen diálogo quiebra barreras y concilia los ánimos.)

Pedir ayuda a nuestros amigos, familiares o profesionales. (Dejar la omnipotencia de lado no es signo de debilidad.)

Fijarnos metas realistas en casa, en el trabajo o en la escuela. (Poner mucha expectativa en un proyecto, casi imposible acarrea desdicha.)

No olvidar de realizar una actividad física (Alguien dijo mens sana in corpore sano

Orar un poco más. (La buena oración nos conecta con lo trascendente.)

Tratar de ver los cambios como desafíos positivos, no como amenazas. (Dice el saber popular "no hay mal que por bien no venga".)

Poner más atención en lo que tenemos y no en lo que nos falta. (Por ahí, descubrimos lo inmensamente ricos que somos.)

Seguramente, dado los tiempos que corren, no podremos eliminar, del todo, las fuentes que nos suscitan estrés, sin embargo, sí podemos aprender a buscar un equilibrio ante las consecuencias que la presión y las exigencias excesivas generan. Si logramos no llegar a los extremos, tal vez entonces, tengamos tiempo para disfrutar y ver la vida desde un lugar más positivo.

17 de junio de 2010

televisión V/S oración





La televisión ¿enemiga de la oración?
El Diácono Jorge Novoa reflexiona sobre lo que implica ser hombre de oración u hombre de televisión.
Resulta difícil, que un creyente, luego de sentarse durante varias horas frente al televisor, se encuentre frente a Dios en la oración. A primera vista, parece ser que la oración no tiene marketing. No aparece en los spots publicitarios, no está integrada en las películas (salvo en las de terror, o en la bendición que hacen de la mesa, una familia de gánsters), ni tampoco los famosos de la "pantalla chica"(tal vez sería mejor llamarla chata, cosa que ocurrirá con los nuevos modelos flat, que han logrado hacer mayor justicia entre el continente y lo contenido) pueden hablar de oración, pues, han sufrido uno de los males que genera la cultura contemporánea: para ser parte de ella hay que renunciar a rezar. Uno de sus trascendentales es la practicidad, todo se puede desechar: los vasos, los pobres, los platos, los ancianos y los embriones humanos. Todo es reemplazable y desechable.

Este nuevo "dios", en un mundo que se pavonea de sus adelantos, va sobre una mesa con ruedas y dentro de una caja, para ponernos al tanto de lo último, de lo que está de moda y de lo que vendrá. No prestarle atención es un gravísimo mal, sería como quedarse al borde del camino, para expresarlo más exactamente, sería estar "desinformado" (es decir, sin forma). En su bondad, nos anticipa con un desfile lo que se llevará en la próxima estación, para que podamos estar atentos y no suframos un aislamiento, llevando "trapos" que ya nadie tiene.

Lo que importa hoy

En su lista de novedades no figura la oración. Ella pertenece a las cosas del pasado, compañera de una civilización lejana, o a lo sumo, patrimonio de una tribu de solitarios hombres en vías de extinción, a los que se llama "creyentes". Aunque, no todos los que pertenecen a esta tribu practican ese rito. Algunos han cedido ante las formas orientales de evasión.

Otros creen más adaptado al momento presente tener un analista. De allí nació la rama de los "creyentes analizados", aunque algunos prefieren llamarse maduros, para evitar el título de creyentes (en una cultura pluralista no hay que molestar a los que no creen).

Para cualquier espectador, sería fácil llegar a las siguientes conclusiones: se puede prescindir de la oración, pero nunca de las nuevas vitaminas, la gimnasia y la ecología; es, para el mundo y su destino, más trascendente lo que va a anunciar un peluquero que un hombre de oración es imperdonable que alguien no sepa la pasta de dientes que utiliza la conductora del programa, y que recuerde, sin embargo, el nombre de los doce apóstoles de Jesús.

A partes iguales
Un mundo sin oración tiende a quedarse sin aire, está sustentado sobre los hombros de la vanidad y la prepotencia. Sus propuestas se vuelven confusas e inconsistentes. Cualquiera opina de todo con la pretensión de ser profesor. Un mundo sin oración se vuelve frágil y vulnerable a la televisión. No a esa televisión hipotética que muchos defienden, en donde hay hombres con buenas intenciones, que cuando hablan de la violencia y sus consecuencias, se comprometen en una lucha que puede afectar sus capitales. Es a la televisión real, a esa que se ríe del bien y lo ridiculiza, subordinándolo al rating.

"Ser o no ser", tal vez hoy, como para Hamlet, sea también esa la cuestión, ser hombre de oración o ser hombre de televisión. Si solamente le dedicáramos a la oración el tiempo que le dedicamos a la televisión, el mundo sería mejor. Aún es posible, ojalá nos animemos a intentarlo.

que tengan buena semana